23 de junio de 2009

qué estúpido es odiar

No he conocido nunca una mayor pérdida de tiempo y de energía que el guardarle rencor a nadie, por más que me haya sentido pateado por la desconsideración de algunos o la falta de respeto de otros. Me habrán podido lastimar y mucho, pero ¿odiar?

¿Qué ganaría de sentir algo así? Nada, si no es más dolor. Y no es que sea un santo de palo al que besar por la peana; es sólo que no entra en mis principios ya que siempre me he dicho que de lo que se siembra se recoge antes o después, y bastante castigo se buscan quienes son incapaces de ser honestos con los demás, preguntándome si sus conciencias les dejarán vivir tranquilos cuando les llegue el momento de la consciencia; y es que nadie se libra de sus actos en carne propia aunque crean salir indemnes –de momento- de sus tropelías. Pensar que así será sólo es fruto de la ignorancia, de la inmadurez o de una estúpida convicción de que están por encima de todos aquellos a quienes humillan de palabra, obra u omisión, porque el futuro les pagará con su propia moneda.

Me dan pena. En el fondo, y tras esa cruel actitud de la que hacen inmisericorde gala, sólo esconden una triste cobardía o un complejo de inferioridad que tratan de superar en piel ajena. Es el sino de los maltratadores natos: su carencia de autoestima. Intentan crecerse ante sí mismos de sus carencias aherrojando a otros con el desprecio a su dignidad, y utilizan armas sutiles -como la indiferencia camuflada de aparentes buenas razones e intenciones- de las que, una vez que ya han hecho mella, se excusan como quien no ha roto un plato, volviendo a ser mansos como corderos para enseñar al poco de nuevo sus colmillos de lobo, una vez que han conseguido camelarte y les has creído como un idiota porque, sobre todo en los sentimientos, nos volvemos ciegos y crédulos, y por tanto vulnerables.

Odiar es una pérdida de tiempo porque nos abstrae de lo que realmente importa, dejando que sean los pensamientos incoherentes del que cree que así ama mejor –perdonando y transigiendo una y otra vez- quienes nos gobiernen; y es una pérdida de energía porque nos absorbe nuestra propia identidad, reduciéndola a la mínima expresión contra nuestra voluntad, en provecho del que ni sabe cómo es la suya, sometiéndonos impotentes al otro y aunque en nuestro interior haya amagos de renegar de esa pérdida de la propia autosuficiencia e incluso de la fe en nosotros mismos.

El odio no tiene sentido. Es como una niebla espesa que nos obnubila el raciocinio y los sentidos, haciéndonos perder el norte. Con el odio no hay brújula que sea capaz de señalar un camino. Nos hace sufrir a la vez que hace crecerse al que lo puede provocar porque, aunque sea negativo, es un sentimiento que ellos disfrutan ya que, si no pueden ser amados, saben que no dejan indiferentes. Y el refranero, sabio como siempre, ya dice que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio; lo que viene a ser que nos mostremos indiferentes y que no permitamos que nada de lo que nos hagan nos hiera o, por lo menos, lo demostremos. Y aún más allá: si somos capaces de devolver bien por mal, aunque haya quien nos crea gilipollas, eso acabará doliéndoles más que el daño que experimentaríamos nosotros al dejarnos arrastrar por una animadversión de la que se recrearán mientras nosotros la sufrimos; porque el sufrimiento ajeno que provocan les causa placer ya que les hace sentirse alguien, cuando no son en realidad nada. Así que, si ante esa provocación, respondemos con la generosidad de desearles lo mejor, no sólo anularemos gran parte de nuestro propio dolor sino que desmontaremos en gran medida su ponzoñosa actitud al desconcertarles con la nuestra.

Así, pues, para qué guardar rencor. Lo más positivo es no dejarse arrastrar por él. Nos sentiremos mejor porque tendremos la conciencia en paz, que ya es mucho, y a la vez quizás consigamos que más de uno recapacite sobre sus actos al comprobar que no tienen repercusión. Aunque lo más seguro es que, entonces, en vez de eso, los que lleguen a odiar sean ellos, con lo que acrecentarán su ignominiosa conducta; pero no muy a la larga el sentimiento de culpa será el que haga mella en ellos. Y es que hasta el más vil tiene conciencia, aunque parezca no enterarse… de momento. Pero todo acaba por pasar factura.

© P.F.Roldán

Bebo Valdés y Cigala:Lágrimas negras

No hay comentarios: