7 de febrero de 2009

¿pleitos no tengas aunque los ganes?

Nunca pensé que me vería en uno, pero cuando llevas casi dos años aguantando continuamente mil impertinencias de la propietaria de abajo –aguantando porque tratas de no hacer mala sangre y porque todos te recomiendan paciencia, que hay que llevarse bien con los vecinos aunque sean como ogros-, llega el día en que sucede lo que has venido evitando meses y meses, habiendo sido siempre, y no obstante sus malos modales habituales, educado y respetuoso, que nunca evité dar los buenos días u ofrecerme a ayudarla a subir paquetes cuando alguna vez la vi cargada cuando me la cruzaba por la escalera.

Y todo empezó porque intentaron desde el terrado entrar a robarme en casa el 21 de enero, sin que lo consiguieran porque estaba dentro esa tarde y la emprendí a voces mientras telefoneaba al 092, y pedí a las dos únicas vecinas que hay en el edificio que por favor cerraran la puerta de la calle, ya no sólo por mí, sino por la seguridad de todos. Sobre todo porque las dos señoras son mayores y por eso, probablemente, más vulnerables cuando estén solas en sus respectivas viviendas.

Y dos días después, el 23, cuando estoy cerrando el portal, la susodicha se me pone hecha una fiera a insultos, que te nombra hasta a la madre que te parió, y amenaza hasta con pegarte con lo primero que encuentre, porque ella lleva viviendo aquí más de 50 años y yo soy “el último mono de mierda” que ha llegado y ahora le quiero imponer mi voluntad. Qué obcecación más absurda.

No soy de los que pierden la compostura y menos con una anciana, por muy rabiosa que se ponga. Me limité a sacar el móvil y decirle que si seguía manteniendo esa actitud llamaba a la policía para que levantaran un informe, que ya estaba bien de soportarle todo lo que le había venido en gana y que, llevemos el tiempo que llevemos, todos los propietarios tenemos los mismos derechos y obligaciones… Todo sin levantarle la voz, pero con firmeza, porque no se puede consentir que, por haber sido tanto tiempo intachablemente correcto, te tomen por idiota, desfogándose contigo porque se han acostumbrado a que tragues una y otra vez.

Si ella no fuera como es, la cosa podría haber quedado ahí. Se hubiera cerrado la puerta y cada uno a su casa y Dios en la de todos. Pero, no. Al verme con el móvil en la mano, agarró las bolsas de supermercado furiosa y vuelta a los insultos y amenazas mientras tomaba camino escaleras arriba, pero subiendo aún más el volumen de sus gritos y el tono de los calificativos, y ya la gota que colmó el vaso fue que me dijera que ya me mandaría a su hijo –una persona sumamente agresiva y que por su profesión siempre va armado- para que me arreglara el cuerpo.

Pues nada. No te lo piensas una vez más dos veces. Sientes que ya pasa de castaño oscuro y te vas a Comisaría derecho.

Aunque por el camino vas pensando si merece la pena, un camino de quince minutos que parece hacerse eterno, algo te dice que eso ha llegado a extremos insostenibles, y luego el policía que te toma la declaración de la denuncia, haciendo constar que el desencadenante era el cerrar o no el portón de acceso al edificio, te dice que has hecho bien. Que eso no me libraría, tal vez, de que se hicieran efectivas sus amenazas, pero al menos que si ocurriera algo ellos sabrían a quien ir a buscar en primer lugar.

Asombrosamente, en un país en el que nos quejamos de que la Justicia va lenta, me llaman ese mismo día para decirme que el juicio será el día 28, que vaya al día siguiente a recoger la citación y que no me desanime, aunque ante la falta de testigos –no quise involucrar a nadie, aunque supe que había quien lo había oído todo- seguro que haría que el juez desestimara el asunto. Era la palabra de ella contra la mía, Pero son tan torpes en esa familia que, desde que se les comunicó también la fecha de la Vista, se dedicaron a bloquear el bombín de la puerta de la calle de diversas maneras y yo, impertérrito e impasible, llamando una y otra vez a la Policía local para que levantaran informe tras informe, sacando de dentro de la cerradura desde media llave partida hasta trozos de destornillador…

Nada, que la buena señora, y pese a la denuncia, se había empecinado en no cerrar –seguro que si yo me hubiera empeñado en ello, ella habría puesto hasta siete cerrojos con tal de hacer su santa voluntad y llevar la contraria- y la víspera del Juicio me fui a la Concejalía de Seguridad Ciudadana a pedir un informe de las actuaciones policiales en la finca, desde que ya vinieran por un robo hace meses en el primer piso hasta las últimas visitas por el conato que sufrí en mi vivienda, pasando por las que hicieron para tratar de desbloquear el cierre de la puerta y hacer un parte de ello. Eso sería cuanto de prueba podría aportar junto con las piezas de metal que extrajimos de la cerradura en los tres días anteriores. Y fueron pruebas suficientes; tanto que su defensor trató de salir por peteneras y el Juez y la Fiscal le conminaron a que se atuviera al motivo de la demanda, y ya no volvió a decir esta boca es mía ni de mi defendida.

Como uno sigue siendo como es, cuando el juez me dijo que si me reiteraba en lo declarado y que, de hacerlo, ello conllevaría una penalización a esa señora, bien monetaria, bien de arresto domiciliario durante todo un mes, le pedí a Su Señoría que no. Que no estaba en mi ánimo perjudicarla de ninguna manera, y menos a una mujer de la edad de mi madre -a la que no me habría gustado ver hecha un ovillo, empequeñecida y desencajada en la silla de un Tribunal como a ella-. Que simplemente la apercibiera de no continuar en su actitud; que no retiraba la denuncia y me reservaba el derecho de ampliarla si persistían en comportarse tan insolidaria e incívicamente, o se volvía a producir otra intrusión indeseable en el edificio. Y así lo hizo, haciéndole ver que sus actos eran perjudiciales para la Comunidad de propietarios y que hiciera el favor de cambiar el chip, que ella era una más entre todos.

A los dos días me entregaba su nieto las llaves de un bombín nuevo. Se cierra la puerta. No he vuelto a oírla decir una palabra más alta que otra. Nadie ha subido, al menos a día de hoy, en plan agresivo o amenazador a mi casa. La hija, de más o menos mi edad, hasta se para a hablarme cuando coincidimos…

¿Pleitos no tengas aunque los ganes? Por desgracia, vivimos en un país en el que muy pocos protestan o denuncian; en el que la gente se arruga por miedo o se inhibe por si acaso los problemas fueran a mayores. Así que pleitos tengas, pero si vas con la actitud de no sacar tajada de nadie, que es lo que la mayoría busca, ni con ánimo de venganza, sino para que prevalezca el Derecho al honor de las personas y se cumplan los mínimos requisitos para una convivencia civilizada.

¿Quizás gané con tan pobres pruebas, ya que tampoco había constancia de que quienes habían bloqueado la puerta fueran ella o sus familiares, porque dejé claro que no era mi intención cebarme en esa anciana maniática y egocéntrica, buscando que fuera castigada? ¿Acaso habría encontrado alguna satisfacción en que la multaran o le prohibieran salir de casa por un tiempo?

Creo que en esta vida prevalecen las actitudes, incluso las gestuales, y cuando se va con serenidad y seguridad exponiendo honestamente la verdad y tu contrincante, en vez de compungido, lleva su perenne acritud en la cara, quien tiene que dictar sentencia sabe quien le ha dado credibilidad y quien, al parecer, actúa de mala fe.

© P.F.Roldán

Social Distortion;Winners and Losers

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