16 de noviembre de 2008

¿estoicismo vs. los límites de la paciencia?


No sabía en dónde me metía. Me siento mentalmente seco.

A veces te borrarías del mapa cuando das con personas que confunden tu bondad y generosidad hacia ellas con el que tienes que estar a su disposición a las horas que les dé la gana, cuando se les ocurra, sin que les dé por pensar que uno también tiene su vida, sus circunstancias, sus problemas, sus momentos de intimidad…

El colmo fue ayer. Sonó el teléfono bien pasada la medianoche, cuando ya estás dormido porque el gripazo que arrastras desde hace varios días te tiene somnoliento y débil a casi todas horas. Sabe, porque se lo has reiterado, que estás enfermo y medio tirado, pero le es igual. Con disculparse ya lo ha arreglado todo. Y suena otras veces cuando, a medio vestir, estás a punto de salir de casa a toda mecha porque te cierran el supermercado y la nevera empieza a tener telarañas. Y suena cuando estás conversando con tu madre o con quien te tiene trastocados los sentidos y, aunque lo dices y lo repites, sólo recibes por respuesta un “joder, macho que te necesito”… “¿no terminas?”… “pues no le respondas que no tienes obligación…”, anteponiéndose a todos porque no le cabe en la cabeza que haya otras cosas o personas muy importantes en tu día a día además de él.

Y estás en el messenger con una persona que sí que realmente te necesita y entra justo en ese momento, ley de Murphy dichosa, y te dices que luego le contestarás. Pero no. Insiste, insiste. “Nunca estás cuando te necesito”… “dónde te metes”… y pitido va y viene de sus mensajes, y hasta el puñetero zumbido suena varias veces sin que tenga la delicadeza de pensar que no respondes porque no puedes, porque cuando otras veces le has contestado y le has dicho “ahora vuelvo”, no ha parado de seguir insistiendo… “¿Que no terminas…?” y tú de los nervios porque no puedes dedicarte a quien está contigo con problemas más serios…

Ahora mismo. Mientras escribo, no para de mandar frases y más frases, a pesar de tener puesto el “ausente” porque son las 14.45 y escribo esto entre visita y visita a la cocina, que estoy terminando de preparar la comida, corroborando cuanto digo.

Realmente no te necesita tanto, por no decir nada que no sea producto de sus fantasiosas elucubraciones, como para insistir con esa premura. Sólo es un ególatra que te cuenta con pelos y señales que es un dios en la cama y a quien se tiró ayer y anteayer y a quien se tirará mañana; que cómo preveo su futuro emocional; que cómo intuyo su economía en los próximos meses; que si ha visto un descapotable impresionante (del que envía media docena de fotos) que por lo menos debe de costar sesenta mil euros tirando por lo bajo, pero que ha de ser suyo porque ha puesto todos sus deseos en tenerlo -cuando no puede tener ni línea de teléfono en casa- al igual que hace un mes escaso se encaprichó de un súper chalé. En cuatro horas de charla, tres y tres cuartos se van sólo hablando de él.

Desde el primer día has sido claro y franco con él. Concluyes diciéndole que “la mejor lotería es el trabajo y la economía”, pero no quiere trabajar, esperando que le lluevan millones del cielo con una Primitiva. Y sigue insistiendo, pese a tus repetitivos y sensatos argumentos, y al final sólo te añade que sabe que es un poco “pesadito” pero que está seguro de que yo eso lo perdonaré y que me mejore del trancazo griposo… Única referencia a mí.

Pues no sé ya a estas alturas, tras un día y otro, si me costará soslayar esta pesadilla, a la que di pie con mi mejor voluntad de servir de ayuda. Me deja seco de energía, insistiendo siempre sobre lo mismo como si no te escuchara lo que ya le has repetido decenas de veces hasta el hartazgo y es que antepone sus deseos y sus ilusas aspiraciones a lo que le puedas decir. He perdido la cuenta de lo que le he insistido hasta la saciedad y ya me da por pensar que en vez de buenazo soy tontucio por no haber frenado antes su auto endiosamiento que le lleva a ver grandes tormentos en conseguir lo antes posible lo que sólo son niñerías de caprichoso con ínfulas de grandeza de quien pretende tener de todo pero sin dar palo al agua.

Me ha tomado la medida. Sabe que soy paciente -o en este caso estoico- y respetuoso, y que no voy a soltar una palabra más alta que otra. De haber dado con otras personas posiblemente ya lo habrían mandado a freír gárgaras, pero yo aguanto y aguanto… aunque mi paciencia empieza a conocer en este caso que a veces existen límites… y no sé cómo decírselo, aunque parezca bobo, yo que no me callo una, aun sabiendo que está confundiendo la amistad que le brindé con un uso avasallador e indiscriminadamente egoísta de mi buen talante.

En el fondo me da lástima, porque es como si se hubiera creado un mundo irreal y enfermizo, y a lo mejor es por eso por lo que aguanto tanto; porque en el fondo creo que se siente terriblemente solo y con la vida completamente descuajeringada… pero empieza a desesperarme… y mira que cuesta llevarme a esos extremos.

Y ahora suena el teléfono. Cómo no, es él, que me coge a medio comer, y ya el hígado es un cúmulo de bilis… y me debato entre ponerme de una vez rojo o seguir poniéndome amarillo… Aunque sepa que no lo entenderá ni lo perdonará. Él, para él, es lo más de lo más y no creo que le quepa en su pensamiento que alguien se sienta tan agobiado con su desmesurado ego.

© P.F.Roldán

La Shica & Jarabe de Palo:Déjame vivir

No hay comentarios: