16 de julio de 2008

sobre raíces....



El “ficus elastica” es un árbol de gran envergadura. Puede alcanzar hasta los 50 m de alto y más de dos metros de diámetro en su tronco. Para poder mantenerse erguido, genera un sinfín de enormes y potentes raíces aéreas, que buscan tierra firme a sus pies, para que le ayuden a soportar las alargadas y espesas ramas de su copa. Mira el mundo desde lo alto, hasta con la presumible altivez que le da su asombrosa corpulencia, pero siempre, y aunque cambien las cosas de su entorno, en su más que centenaria vida estará condenado a ocupar el mismo lugar en la tierra y a depender de ser alimentado por manos extrañas de generación en generación.

Nadie le niega su valía como ser vivo. Contribuye, como todas las plantas en la Naturaleza, a que los hombres podamos respirar un aire más limpio gracias a los “pulmones verdes” que, con esos otros árboles, regeneran la atmósfera viciada por la contaminación en las ciudades.

Pero, no deja de ser un prisionero a merced de los mismos a los que, desde su inmovilidad, ayuda. Arden los bosques, por oscuros intereses la mayoría de las veces; depredamos la Amazonia para conseguir madera que consumir; arrancamos arbolado de hectáreas innumerables para construir viviendas para turistas junto a la costa, aunque estemos en plena crisis inmobiliaria. Fotos hay de estas talas indiscriminadas en zonas no protegidas institucionalmente, bajo la figura de parque natural, porque son un estorbo para el desaprensivo ladrillero de turno.

Que un jardín conserve su fisonomía depende muchas veces del capricho del grupo político que gobierne en ese momento. Hemos asistido en los últimos años a continuas remodelaciones de esas zonas de ocio: ¿dónde están los gigantes eucaliptos de la Alameda? ¿Dónde los frondosos jardines de la plaza del Rey o las rosaledas y buganvillas de la Muralla?

No. No quiero un destino así para mí. Es lo que me diferencia como humano de los demás seres vivos del planeta.
No quiero raíces que me aten hasta tal extremo. Ser grande, en su caso, es sólo la apariencia de ser poderoso porque, por muy útil que sea, al enraizarse en unos palmos de tierra, carece de libertad.

Prefiero ser pequeño y útil de otras mil formas que mi condición de hombre me permite a estar ligado de por vida a todo lo que pueda negarme mi libre albedrío. Aunque eso pasa con muchos hombres de otra manera, lo que en nada los diferencia entonces de ese ficus: cuanto más tenemos más prisioneros somos de lo que poseemos y menos libres para cambiar de rumbo nuestro destino, y es posible que hasta nos sometamos a los vaivenes emocionales de otros desaprensivos que jueguen con nuestros sentimientos sólo por asegurarnos una subsistencia indigna por miedo a la soledad.

¡Yo deseo vivir, no sobrevivir!

© P.F.Roldán

Bebe y Los Delinqüentes:Después

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