15 de julio de 2008

el camino infinito


Cuando el cielo se encapota, gris casi negro, presagiando tormenta, y la lluvia comienza a caer incesantemente, ahora con fuerza, ahora apenas intermitente, no dejando asomar durante días ni el menor rayo de sol, nos resguardamos en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestros caparazones, pensando, por esa tristeza y melancolía de la ausencia de luz, que ese es el estado natural de las cosas, de nuestras vidas.

Pero un día amanece y el anaranjado reflejo que se remonta desde el horizonte nos coge durmiendo, desprevenidos, y al salir a la calle nos volvemos a encontrar vitales, dando gracias de que haya pasado el chaparrón; pero, de tan cotidiano, apenas si nos damos cuenta de la existencia del sol. Vivimos, pues, ignorando todas esas cosas que, por rutinarias, nos pasan desapercibidas: el beso de buenos días, cada mañana, de quien nos quiere; el abrazo de un amigo; ese árbol que, como todos los años, ha florecido porque ya es primavera; el casi inaudible piar de los pájaros que, instintivos, saben que ya pasó el aguacero que los tuvo silenciosos.

Si no nos equivocáramos y lo reconociéramos; si, cuando lo hacemos, nos quedáramos paralizados; si no fuéramos capaces de dar un solo paso… ¿cómo sabríamos que andamos por un camino que, aunque incierto, nos llevará a alguna parte? Si en ese nuevo e infinito camino del llegar a ser no nos caemos de nuevo ¿cómo afrontar que podríamos volver a levantarnos? Si anclados en el sofá, abandonados a miedos y reflexiones, nos dejáramos sumir en la apatía del no hacer ¿cómo nos daríamos cuenta de que posiblemente ha llegado todo aquello que ya sin esperar esperábamos?
La vida es nuestra, pero fluye sola con cada nuevo paso, por pequeño que parezca. La inmovilidad es morir lentamente, día tras día.

Y, después del primero, damos otro paso y otro hasta que sentimos que nuestra coraza se resquebraja un poco más con cada uno de ellos, y aprendemos que hay un tiempo para la desolación y otro para la alegría; horas de reír y horas de llorar... Y ese proceso no terminará nunca y nos iremos un día de aquí ignorando muchas otras cosas, pero habremos vivido mientras anduvimos y sabremos cuánto hemos ganado, aunque al dar aquel tímido primer paso no nos lo pareciera. Caminar es vencer a la desesperanza y al vacío que otros provocaron, saber que nos sentimos vivos, con ilusiones y expectativas renovadas, conscientes de que los sueños más hermosos pueden cumplirse porque así nos lo propusimos al renegar de la abulia del que sólo sabe relamerse las heridas y lamentarse de ellas, encogido sobre sí mismo en su confortable sofá, como un náufrago en una balsa.

No vale decir que la esperanza es lo último que se pierde si no hacemos nada para que exista... Porque, como dijo Neruda: "qué corto el amor, qué largo el olvido". Y, las más de las veces, nos pasamos media vida evitando echar un pulso contra todo lo perversamente negativo que nos oprime, temerosos hasta de vivir, y hasta de nosotros mismos... aunque sepamos que nada –tampoco la melancolía– es eterno...

Pero al empezar a caminar –aun con el bagaje de nuestras pasadas derrotas sin cicatrizar– la serenidad interior estará un poco más cerca, porque esa esperanza, olvidada en los días grises, será una realidad cuando la sintamos viva dentro de nosotros y que no la hemos perdido no sólo porque sea una frase hecha sino porque nos pusimos en movimiento hacia su encuentro en el camino infinito de del vivir.

© P.F.Roldán

Luz Casal:Sentir

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